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03/03/2022 Jueves después de Ceniza (Lc 9, 22-25)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 2 mar 2022
  • 1 Min. de lectura

El Hijo del Hombre debe sufrir mucho y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día.

Esto dice dirigiéndose a sus discípulos; a todos nosotros. Nos toca sufrir mucho por tantas razones: enfermedades, depresiones, achaques, situaciones que nos amargan la vida… Jesús, poniéndose a sí mismo como ejemplo, nos asegura que así tiene que ser. Y, poco a poco, nos va introduciendo en el misterio del sufrimiento y de la cruz. Estamos dentro de ese misterio cuando contemplamos al Crucificado a la luz del Resucitado. Es un misterio para ser vivido sin ser comprendido. La locura divina es más sabia que los hombres, y la debilidad divina más fuerte que los hombres (1 Cor 1, 25).

Quien quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.

Esto dice dirigiéndose a todos. Nadie puede ser seguidor suyo sin negarse a sí mismo. No podemos seguirle cuando hacemos nuestro propio camino; cuando continuamos buscándonos a nosotros mismos. Por eso san Juan de la Cruz nos dice: Pon los ojos solo en Él. Solamente en Él. Dejemos de ponerlos en nuestras cosas, en nuestras virtudes o pecados, en nuestra santificación o salvación.

Quien quiera salvar su vida la perderá; pero quien pierda su vida por mí la salvará.

La lógica humana nos pide luchar para salvar la vida; nos pide autoafirmarnos ante los demás. La lógica divina nos pide renunciar a nuestro ego y a nuestras seguridades para conseguir la vida en plenitud. Jesús nos asegura que el amor, hecho renuncia y servicio, es lo que conduce a la libertad y a la vida en abundancia.

 
 
 

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