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03/04/2023 Lunes Santo (Jn 12, 1-11)

Seis días antes de la Pascua Jesús se fue a Betania… Le dieron allí una cena.

Jesús, que gusta de las cosas buenas de la vida, disfruta de una buena mesa con los amigos.

María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera.

María de Betania, protagonista de la escena, no pronuncia palabra. ¡Pero su gesto es tan elocuente! Es una proclamación de su gran amor. Lo que hace es algo insólito; para muchos de los presentes, extravagante. No es un gesto calculado; no es que derrame unas gotas y se guarde el frasco. Marcos dice que María quebró el frasco (Mc 14, 3). María de Betania, como la viuda de las dos moneditas, entiende la esplendidez del amor gratuito del Señor y se mueve, también ella, en la órbita de la gratuidad.

El gesto expresa el presentimiento de la cercana muerte de Jesús. Es también una manifestación de la transcendencia del amor. Quien no lo tiene no puede comprender el gesto de María: ¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios para dárselos a los pobres? ¡Tanto tiempo con el Maestro, y algunos discípulos no han comprendido todavía nada!

Y la casa se llenó de la fragancia del perfume.

Si el gesto de María nos habla del embalsamiento del cuerpo de Jesús, la fragancia del perfume nos anticipa el gozo de la resurrección.

Contemplar a María de Betania a los pies de Jesús es una invitación a contemplar a Jesús a los pies de los discípulos en la última cena. El servicio gratuito identificado con el amor y el discipulado. Es la norma suprema del nuevo pueblo de Dios.

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