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03/05/2021 Santos Felipe y Santiago, apóstoles (Jn 14, 6-14)

Dijo Jesús a Tomás: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida.

El Camino, la Verdad, la Vida. Con mayúsculas y con artículo determinado. No hay otro camino, no hay otra verdad, no hay otra vida.

El Camino. Porque nadie va al Padre sino por mí. Conociéndole a Él, conocemos al Padre. Desde que la Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba ante en partes a los profetas, lo ha dicho todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo (Juan de la Cruz).

La Verdad. Es otro nombre del Amor. El Amor Padre que amó tanto al mundo que nos dio al Hijo. El Amor Hijo que nos amó hasta el extremo. La Verdad, el Amor, lo abraza todo. Otras verdades o realidades, también las más malignas, quedan eclipsada o engullidas por la suprema Verdad.

La Vida. La Palabra que existía desde el principio. La Palabra que era Dios. Todo existió por medio de ella. En ella había vida, y la vida era la luz de los hombres (Jn 1, 1-4).

Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

A Felipe le encantaría una manifestación deslumbrante de Dios. ¿A quién no? Difícil asimilar que Dios se manifieste en el hijo de un carpintero de una aldea de Galilea. Preferimos ver, mejor que creer. Difícil comulgar con Pablo diciendo que en Él reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col 2, 9). Jesús-Hombre no es velo, sino transparencia de Dios. No creemos en una doctrina; creemos en una persona: Jesús-Hombre. De ahí la insistencia de Juan de la Cruz: Pon los ojos solo en Él.

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