Felipe, uno de los primeros en seguir a Jesús, había sido antes discípulo del Bautista. Santiago, llamado el Menor, dirigió la primera comunidad cristiana de Jerusalén.
Tomás había preguntado: Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Jesús le responde:
Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie va al Padre sino por mí.
Yo soy el Camino. No hay otro camino. Porque nadie va al Padre sino por mí. También es cierto que nadie puede venir a mí si antes el Padre no le atrae (Jn 6, 44). Es que yo y el Padre somos uno (Jn 10, 30).
Yo soy la Verdad. La Verdad que envuelve y abraza toda otra verdad; también nuestras verdaderas miserias. La Verdad que, cuando vivida intensamente, nos hace libres (Jn 8, 32).
Yo soy la Vida. La Palabra de Dios, Jesús, por quien todo se hizo y sin ella no se hizo nada (Jn 1, 3). Palabra que vino al mundo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Jn 10, 10).
Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre.
En Felipe vemos cómo es posible ser cristiano fervoroso, y haber pasado mucho tiempo junto a Él, y no conocer a Jesús. ¿Quizá porque nos sentimos satisfechos con lo que creemos conocer? ¿Quizá porque se ha adueñado de nosotros la rutina? El día en que olvidamos el sabor del asombro y de la sorpresa, habremos entrado en la mediocridad.
Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. No debo preocuparme por no prestar igual atención a las Tres Personas de la Trinidad. Me es suficiente poner los ojos en Jesús de Nazaret.
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