Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: Simón de Juan, ¿me amas más que estos?
Pedro acaba de demostrar lo mucho que quiere a Jesús lanzándose al agua. Claro que hace poco ha demostrado también la fragilidad de su amor negándole tres veces. Pero, después de casi tres años juntos, Pedro sabe que el Resucitado no le reprochará nada. Con Pedro, también nosotros podemos experimentar cómo Jesús convierte nuestra fragilidad y nuestro pecado en punto de partida para una relación más madura, menos centrada en nosotros, más centrada en Él. Con Pedro, también nosotros podemos responder con verdad: Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús hace la pregunta tres veces. Pedro ve en los ojos del Señor que su misericordia le envuelve y que supera con creces lo sucedido en la noche del gallo. Pedro siente que esa misericordia toca y sana lo más sensible de su fragilidad. Pedro, gracias a su pecado, está más cerca del conocimiento de la verdad plena. Un conocimiento que, hasta este momento, era superficial.
Le dice Jesús: Apacienta mis corderos.
El amor al Señor de nuestra vida no debe quedar escondido en lo hondo de la intimidad. La fe cristiana no florece sino abriéndose hacia fuera; tiene que convertirse en sal y luz de la tierra; se hace misión.
Sígueme.
Tú. Tal como eres; con tus luces y tus sombras. Que no te importe cómo me siguen los demás, o qué es lo que yo hago con ellos. Que no te importe que de joven tu seguimiento fuese más activo y de mayor sea más pasivo. Que lo único que te importe sea el poder responderme siempre: Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.
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