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03/07/2022 Domingo 14 (Lc 10, 1-12; 17-20)

Designó el Señor a otros setenta y dos y los envió por delante, de dos en dos, a todas las ciudades y sitios adonde Él había de ir.

Poco antes tiene lugar la primera misión de los Doce; regresan pronto y cuentan a Jesús su experiencia (Lc 9, 1; 10). Después, Jesús ha decidido emprender el viaje a Jerusalén. Comenzado el viaje, envía por delante, también en su primera misión, a nada menos que setenta y dos discípulos. Es evidente que la misión no es monopolio de los Doce, de sacerdotes o religiosos; es cosa de todo creyente. Todos somos evangelizadores. A veces podremos serlo incluso con la palabra; solamente a veces. Y siempre proponiendo, nunca imponiendo.

¡Poneos en camino! Sin detenernos, sin replegarnos sobre nuestros intereses, sin dejar que el pasado nos inmovilice. Como dice el Papa Benedicto, la Iglesia no está para ella misma, sino para la humanidad.

De dos en dos. El individualismo no tiene lugar en el Evangelio. Ni en la acción ni en la oración. Oramos el Padrenuestro, no el Padremío. Porque ninguno de nosotros vive para sí mismo (Rm 14,7).

También los setenta y dos vuelven muy contentos de su misión: hasta los demonios se les sometían. Jesús les dice: Estaba viendo a Satanás caer como un rayo del cielo. En verdad, ha llegado la hora: Ahora comienza el juicio de este mundo y el príncipe de este mundo será expulsado (Jn 12, 31). O, como dice el libro del Apocalipsis: el dragón gigante, la serpiente primitiva, llamada Diablo y Satanás, que engañaba a todo el mundo, fue arrojado a la tierra con todos sus ángeles (Apo 12, 9).

No os alegréis de que los espíritus se os sometan, sino de que vuestros nombres están registrados en el cielo.

Alegrémonos sabiéndonos salvados, porque, como dice san Pablo a los cristianos de Éfeso, de balde os han salvado por la fe, no por mérito vuestro, sino por don de Dios; no por las obras, para que nadie se jacte (Ef 2, 8-9).

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