Porque me has visto has creído; dichosos los que crean sin haber visto.
Tomás podría ser el patrón de las personas cerebrales que encuentran una explicación racional a todo. Desconocen el asombro; todo tiene su explicación. Se creen más sabios que los demás; no caen en la cuenta de que tener un alto coeficiente intelectual no es lo mismo que ser más sabio. Tomás representa el orgullo de la razón.
A Tomás le va a costar mucho aceptar que la fe y el amor ven más y mejor que la razón. Jesús lo va a hacer por él. Se acercará a Tomás ocho días después para sacarle del orgullo y del aislamiento de su racionalismo e introducirle en el gozo de la comunidad. Cuando Tomás palpe y acepte las llagas de Jesús, entonces entrará en la órbita del Amor y se integrará en la comunidad.
Contemplamos a Tomás ante las llagas del Señor, rodeado de su comunidad; esta contemplación es un buen antídoto para vanaglorias y presunciones. Tomás nos invita a sondear nuestra fe. Nos hace ver que para creer en Jesús es necesario el encuentro personal con el Crucificado-Resucitado; nos hace ver que ese encuentro conduce a la integración con la comunidad y la superación del individualismo.
El Papa Francisco escribe: El Señor sabe cuándo y por qué hace las cosas. A cada uno da el tiempo que Él cree más oportuno. A Tomás le concedió ocho días. ¡Era un testarudo! Pero el Señor quiso precisamente a un testarudo para hacernos entender algo más grande. Tomás, al ver al Señor, no dijo: Es verdad, el Señor resucitó. No. Fue más allá, y dijo: Señor mío y Dios mío. Es el primero de los discípulos en confesar la divinidad de Cristo tras la resurrección.
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