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03/07/2025 Santo Tomás (Jn 20, 24-29)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 2 jul
  • 2 Min. de lectura

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús.

Alabamos al Señor por el grupo de los Doce. Evidentemente no eran mejores que nosotros. Entre ellos prosperaban también cobardías, orgullos, ambiciones… Hoy contemplamos a Tomás. Su primer error consiste en no estar donde debía se apareció Jesús la primera vez. Es necesario, sí, un cierto grado de independencia. Pero si la distancia es excesiva, perdemos contacto con la Verdad que gusta aparecer en la comunidad. Todos tenemos necesidad de los otros, si queremos ser fieles y auténticos. Jesús no sana a Tomás en un rincón, a solas; lo hace en medio de la comunidad: Estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos.

 

Otro error de Tomás es el de fiarse solo de sí mismo; no duda en enfrentarse obstinadamente a sus compañeros. De todos modos Tomás, con su incredulidad, ilumina el camino del creyente mejor que la credulidad de los otros. No es posible ser verdadero cristiano solamente de oídas; es necesaria la experiencia personal. La tuvo Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. El Papa Francisco comentaba que descubrimos a Jesús en las heridas de los hombres. 

 

Siguiendo el ejemplo del Maestro, no pretendamos hacer desaparecer las heridas del pasado. Aprendamos de Él a integrarlas en la vida, haciendo de ellas un instrumento de salvación para otros.

 

El Papa Benedicto decía que la exigencia de Tomas de ver y tocar las llagas, ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas; es ahí donde vemos hasta qué punto nos ha amado.

 
 
 

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