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03/09/2021 San Gregorio Magno (Lc 5, 33-39)

Nadie echa vino nuevo en pellejos viejos; porque, si lo hace, el vino nuevo reventará los pellejos, el vino se derramará, y los pellejos se echarán a perder. El vino nuevo debe echarse en pellejos nuevos.

Son palabras dirigidas a fariseos y escribas. Se han quejado porque ellos ayunan, en cambio vosotros a comer y beber. Jesús les echa en cara su incapacidad para captar la llegada de lo que han estado esperando durante siglos. Ante la nueva realidad, se impone una nueva mentalidad y unas nuevas prácticas. No se trata de remendar un manto viejo; se trata de desechar el manto viejo para vestir el nuevo.

Todos participamos, en mayor o menor grado, de la incapacidad de aquellos piadosos fariseos y escribas para aceptar la novedad del mensaje de Jesús. Lo ponemos de manifiesto cuando, poniendo la ley por delante de la gracia, desvirtuamos la obra de Jesús. O cuando vivimos desde nosotros mismos en lugar de vivir desde Dios. O cuando pensamos que es posible merecer la gracia. La gracia es gracia. No es ni cara ni barata. Es gratuita.

¿Quién de nosotros no proclama que Dios nos ama gratuitamente? ¿Y quién de nosotros no dice, a renglón seguido, que tenemos que esforzarnos por conquistar la santidad y la salvación? Así de incongruentes podemos ser. Nos perdemos en discusiones buscando peros, hasta que conseguir dejar de reconocer el valor de lo más grandioso del Evangelio que es la revelación de un Dios que nos ama gratuita e incondicionalmente.

Recordemos lo que nos dice san Agustín: La gratuidad es la acción de Dios por la que, en su inescrutable sabiduría, visita a los hombres con independencia de sus esfuerzos y sus méritos, y les impulsa amorosamente hacia el bien.

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