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03/10/2021 Domingo 27 (Mc 10, 2-16)

Al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer, y por eso abandona un hombre a su padre y a su madre y los dos se hacen una sola carne… Así pues, lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.

Entre los clérigos judíos había opiniones distintas sobre los motivos por los que un marido podía repudiar y divorciarse de su mujer. Nunca se planteaban la posibilidad de que la mujer repudiase al marido. Ante la pregunta que le hacen los fariseos sobre el divorcio, Jesús recurre a la narración de la creación del hombre según el libro del Génesis. Para el Creador, el matrimonio es cosa de un hombre y de una mujer llamados a completarse. Se trata de una unión de amor que implica fidelidad eterna. El matrimonio cristiano tiene sentido solamente desde la igualdad y desde el amor sin condiciones.

Para el seguidor de Jesús, para el cristiano, el matrimonio es solamente el que Jesús propone y no admite componendas. No nos escandalicemos de que el matrimonio pueda ser muchas otras cosas para quienes no siguen a Jesús. Jesús no impone, sino que invita. El matrimonio que Jesús propone, el matrimonio cristiano, es algo santo, hermoso y delicado. Lo que faculta a los esposos cristianos a permanecer unidos de por vida es un amor de donación recíproca sostenido por la gracia del Señor.

El Papa Francisco comenta: El amor convive con la imperfección, la disculpa, y sabe guardar silencio ante los límites del ser amado. Por otra parte, cuando ninguno de los cónyuges se cultiva y no existe una variedad de relaciones con otras personas, la vida familiar se vuelve endogámica y el diálogo se empobrece.

Dicho todo esto, y siempre fieles al proceder del Señor Jesús, debemos todos sentirnos cerca de quienes han vivido la dura experiencia de unas relaciones rotas, o de quienes siguen delante de manera penosa.

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