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03/11/2020 Martes 31 (Lc 14, 15-24)

Sal a los caminos y cercas, y obliga a entrar hasta que se llene mi casa.

Un salmo canta exultante: ¿Qué dios es grande como nuestro Dios? (77, 14). Lo canta con anterioridad al nacimiento de Jesús. ¿Qué cantaremos nosotros los que creemos algo tan inverosímil como que Dios se ha hecho hombre como uno de nosotros? Si de verdad creemos en Jesús, Dios y Hombre, no deberíamos sorprendernos de ninguna de sus consecuencias, por muy increíbles que parezcan. Por ejemplo, la universalidad y la gratuidad de la salvación: Obliga a entrar hasta que se llene mi casa. El Evangelista Mateo dice que la sala de bodas se llenó de comensales, malos y buenos (Mt 22, 10).

Dios lo tiene planificado todo desde siempre. La joya de la corona de su plan es la Encarnación-Redención. Por eso Dios encierra a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32). Dios quiere compartir la plenitud de la vida con todos sus hijos. No importa que sean cojos o pecadores. Con todos, sin excepción.

Quienes creemos en Jesús, Dios verdadero y Hombre verdadero, no estamos llamados a vivir una religión de obras y esfuerzos; estamos llamados a vivir una religión que es una historia de amor y de gratuidad. Esto sí que es entusiasmante. ¿Quizá nos produce vértigo o nos da miedo tanto don, tanta gracia, tanta gratuidad?

Quienes creemos en Jesús, Dios verdadero y Hombre verdadero, estamos llamados a poner los ojos solo en Él. Y a vivir en la alabanza y en la gratitud. Todo lo bueno que brota de nosotros es mérito suyo. Como dice Santa Teresa, la pobre alma, aunque quiera, no puede lo que querría, ni puede nada sin que se lo den.

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