top of page
Buscar

03/12/2021 San Francisco Javier (Mt 9, 27-31)

Cuando Jesús se iba de allí, le siguieron dos ciegos gritando: ¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!

No les hace caso. Se comportará de igual manera con la cananea que pide la sanación de su hija. ¿Cómo explicar semejante conducta en Jesús, incapaz Él de pasar de largo ante el sufrimiento? Es que el relato, como tantos otros, es una catequesis sobre la fe y la oración. Jesús acaba de despedir a la hemorroísa con estas palabras: Tu fe te ha salvado (Mt 9, 22). Ante la tumba de Lázaro, dirá a su amiga Marta: ¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios? (Jn 11, 40). La parábola del amigo importuno se centra en esto (Lc 11, 5). La esperanza que brota de la fe tanto alcanza cuanto espera (Juan de la Cruz).

Al llegar a casa se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ¿Creéis que puedo hacer eso? Dícenle: Sí, Señor.

Los ciegos no se han desalentado. Han continuado gritando tras Él. La fachada de insensibilidad de Jesús se desmorona pronto. Los ciegos lo saben. Llegan a casa y le abordan. La fe que Jesús pide a los ciegos no es un credo doctrinal; es una confianza plena en su persona, en su capacidad de darles una vida llena de luz.

Entonces les tocó los ojos diciendo: Hágase en vosotros según vuestra fe.

No es difícil identificarnos con los ciegos. No seremos del todo ciegos, pero sí muy miopes. No acabamos de ver las cosas como las ve Él. Necesitamos creer que Él nos puede hacer partícipes de su manera de verlo todo. Necesitamos confiar. Donde no hay fe, no hay milagro. Donde hay fe, todo es milagro.

0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

Comments


bottom of page