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03/12/2024 San Francisco Javier (Lc 10, 21-24)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 2 dic 2024
  • 2 Min. de lectura

En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo y dijo: Yo te bendigo, Padre…

Jesús nos abre la puerta de su interioridad. Nos hace ver la intensidad de su relación con Abbá. Es una relación fuerte que se pone de manifiesto en una existencia vivida en la alabanza y en la gratitud. Es tan fuerte que llega a identificarse con Abbá. A Felipe, que le pide que les muestre al Padre, le responderá: Felipe, quien me ve a mí, ve al Padre (Jn 14, 9).

Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos.

Hay personas brillantes para la escuela y torpes para la vida. Como hay personas inteligentes para las cosas del mundo y obtusas para las cosas de Dios. A los primeros se les llama inteligentes; suelen estar tan llenos de sí mismos que no disponen de espacio para los demás. A los segundos se les llama sabios. La suya es una sabiduría que no se aprende en la escuela sino en la vida, y lleva a la persona a vaciarse de sí misma. Sus señales de identidad son la humildad y la confianza.

Os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis y no lo vieron; y oír lo que vosotros oís, y no lo oyeron.

San Pablo comenta estas palabras hablando del proyecto de Dios, del secreto escondido por siglos y generaciones y ahora revelado a sus santos, a los cuales quiso Dios dar a conocer la espléndida riqueza que significa ese secreto para los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria (Col 1, 26-27).

 
 
 

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