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04/02/2022 Viernes cuarto (Mc 6, 14-29)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 3 feb 2022
  • 2 Min. de lectura

Al enterarse Herodes, dijo: Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado.

El nombre de Jesús de Nazaret corre en boca de todos. La gente se pregunta sobre su identidad. Pedro da una respuesta buena: Tú eres el Cristo (Mc 8, 29). El centurión, al pie de la cruz, da una respuesta mejor: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios (Mc 15, 39). La respuesta de Herodes brota de su mala conciencia; conciencia desfigurada por la ambición y la lujuria. Admiraba al Bautista y le escuchaba con gusto, pero esto no impide que llegue a eliminarlo por interponerse en su camino.

Al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan.

Juan Bautista, el Precursor. En palabras de Isaías, la Voz que grita: en el desierto preparad un camino al Señor. En palabras de Jesús, el mayor de los nacidos de mujer. El Bautista prepara el camino del Señor con la palabra, con la vida y con la muerte. La grandeza del Bautista, como la de Jesús, se esconde en la humildad de las apariencias, en el escaso éxito de su misión, y en el penoso fin de su vida. La austera vida y la trágica muerte de quien fue por delante del Señor, son una lección para quienes seguimos sus pasos. Como dice Pablo, nosotros anunciamos un Mesías crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos (1 Cor 1, 23).

Haremos bien en cuestionar un estilo de ser cristianos y una manera de evangelizar que no se sientan incomodados por el Evangelio. Haremos bien en recordar las palabras de Jesús: No es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que lo envía (Jn 13, 16).

 
 
 

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