04/03/2024 Lunes 3º de Cuaresma (Lc 4, 24-30)
- Angel Santesteban
- 3 mar 2024
- 2 Min. de lectura
En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su pueblo.
La decadencia de un imperio, de una sociedad, o de una persona, comienza con la complacencia. Aquellos nazarenos que escuchaban a Jesús estaban bien instalados en la complacencia de una venerable rutina consagrada por siglos de tradición. Aquellos nazarenos, tan piadosos y tan buena gente, son presa de la artrosis espiritual y están incapacitados para aceptar lo que no encaja en sus esquemas religiosos; rechazan a Jesús hasta echarle fuera del pueblo y llevarlo hasta un precipicio sobre el que estaba edificado su pueblo con intención de despeñarlo.
Aquellos nazarenos creen conocer bien a Jesús; han vivido con Él muchos años. Aquellos nazarenos creen que el Mesías llegará rodeado de pompa y majestad; imposible aceptarlo en la sencillez del hijo del carpintero del pueblo que ha tenido la osadía de decir: Hoy, en presencia vuestra, se ha cumplido este pasaje de la Escritura.
Aquellos nazarenos nos advierten de que es posible ser profundamente religioso sin seguir a Jesús. Nos advierten de que donde no hay movimiento o cambio, no hay seguimiento. Para estar cerca de Jesús, hay que moverse; cuando me detengo, le pierdo de vista. El cristianismo inmovilista se caracteriza por el fanatismo y la intransigencia en lo religioso y en lo político.
La conducta de aquellos nazarenos es más habitual de lo que parece. Quién más, quién menos, todos tenemos algo de ella. Nos gustan las poltronas; nos gusta anclarnos en el pasado; nos cuesta estar siempre en camino, anhelando en todo momento las cosas mayores de las que habló a Natanael (Jn 1, 50). Y cuando nos instalamos sucede lo peor que nos puede pasar: Él, abriéndose paso entre ellos, se marchó.
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