04/04/2024 Jueves de la Octava de Pascua (Lc 24, 35-48)
- Angel Santesteban
- 3 abr 2024
- 2 Min. de lectura
Estaban hablando de estas cosas cuando Él se presentó en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros.
Estaban hablando de estas cosas. Son las últimas horas del día de la Resurrección. Mientras los de Emaús cuentan su experiencia, Jesús se presenta en medio de todos ellos. No es fácil catalogar detalladamente las experiencias del Resucitado que tienen lugar el día de la Resurrección en los cuatro Evangelios. Las experiencias del Resucitado, ayer y hoy, desafían lo catalogable.
Era tal el gozo y el asombro que no acababan de creer. Entonces les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer?
Tampoco resulta fácil al discípulo creer de verdad en el Resucitado, incluso cuando el discípulo cree que cree. La resurrección es algo que supera la razón y toda capacidad humana de comprensión. Jesús trata por todos los medios de hacerles ver que no es un fantasma, que sigue siendo el mismo de antes, que está hecho de carne y huesos. Contemplando al Resucitado, empeñado en demostrar su corporeidad a los discípulos, nos preguntamos si no habremos distorsionado la realidad estableciendo una diferencia radical entre materia y espíritu, entre tiempo y eternidad, entre profano y sagrado.
Como alguien ha escrito, toda la fuerza de que dispone la fe la pide para sí el Resucitado. A partir de ahí, todos los artículos de fe resultan asequibles. A partir de ahí, la vida se impregna de confianza, de alegría, de audacia, de entrega. A partir de ahí, comenzamos a abandonar las precauciones y preocupaciones en torno a nosotros mismo. A partir de ahí Jesús se convierte en el verdadero Señor de nuestra vida. A partir de ahí, como dice Pablo, sabemos de quién nos hemos fiado (2 Tim 1, 12).
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