04/05/2020 Lunes 4º de Pascua (Jn 10, 11-18)
- Angel Santesteban
- 3 may 2020
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Yo soy el Buen Pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí.
Y si una se le pierde, en seguida la echa en falta. Y sale en su busca, y no descansa hasta encontrarla. Entonces la pone sobre los hombros y vuelve contento al rebaño (Lc 15, 4-7). La imagen describe maravillosamente bien la razón de ser de Jesús. Para eso Dios se hizo hombre: para darnos vida. Para hacernos partícipes de su vida. A todos. Comenzando por los últimos; por los más desgraciados. La salvación de Jesús, para ser universal, tiene que empezar por los últimos.
La parábola del Buen Pastor nos dice que no vamos solos por la vida. Nuestro pastor va por delante. Nosotros, por detrás, escuchamos su voz y le seguimos. Con frecuencia nos gustaría ver algo más que su espalda: su rostro, sus ojos, su sonrisa. Con frecuencia, nuestro seguimiento, nuestra fe, serán oscuros y recordaremos aquellas palabras suyas: Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán (Mt 9, 15).
Jesús, con la parábola del Buen Pastor, me invita a una relación personal con Él. Quiere que aspire a conocerle como Él me conoce, de forma íntima. Nada de contentarme con el cumplimiento frío de unos mandamientos. Nada de contentarme con ser una persona moralmente correcta. Este conocimiento llega a su madurez cuando me siento conocido por Él, personalmente querido, llamado por mi nombre. A pesar de todas mis incongruencias y desatinos. A esto debo aspirar como cristiano. Que la relación personal con Jesús lo sea todo en mi vida; relación dominada por la cordialidad y la confianza: Yo soy el Buen Pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí.
Jesús, El Buen Pastor, nos llama a cada uno por su nombre y somos invitados a vivir el camino de su amor para que tengamos vida en abundancia.
Dejémonos guiar por el Espiritu de Jesús, en el seguimiento de nuestro Buen Pastor.