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04/05/2021 Martes 5º de Pascua (Jn 14, 27-31a)

Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo.

La paz del mundo consiste en ausencia de conflictos. Es, por ejemplo, la paz del rico de la parábola del pobre y el rico, o la paz del sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano. Es la paz de personas que parecen felices y respetadas por otros. Pero es una paz que no toca lo profundo del corazón. Es la paz de aquel joven bueno y rico, cuya vida estuvo marcada por la insatisfacción.

La paz que Jesús nos da es otra cosa. Es la paz de quien se sabe querido por Dios de manera incondicional. Es la paz que penetra hasta lo más hondo del ser llenándolo de un sentido de plenitud. Quien la disfruta se ocupa poco de sí mismo porque está ocupado en hacer felices a los demás. En otro momento, Jesús le da a esta paz el nombre de vida en abundancia: Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia (Jn 10, 10).

No se turbe vuestro corazón ni se acobarde.

La paz de Jesús no tiene nada que ver con la paz de un cementerio. No puede ser disfrutada cómodamente sentado en una poltrona. Esa sería la paz del mundo. La de Jesús es vibrante y dinámica, como su Espíritu; a prueba de todo tipo de circunstancias. Y compromete, como se comprometió Él con el bien de los demás.

Concuerdan bien con esta frase de Jesús las palabras finales de la oración que sigue al Padrenuestro de la misa: Protegidos de toda perturbación mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo.

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