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04/05/2022 Miércoles 3º de Pascua (Jn 6, 35-40)

Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.

La muchedumbre sigue a Jesús porque todos han recibido pan en abundancia. Ahora Jesús comienza a hablarles del pan no del estómago, sino el corazón. Es el discurso eucarístico. Discurso difícil de entender para quienes le escuchaban entonces; también para quienes le escuchamos hoy y creemos entenderlo. Porque, ¿tenemos claro que para que el Pan de Vida sea cabalmente asimilado, primero debe ser acogido como Palabra (primera parte de la Misa), para después ser recibido como carne (segunda parte de la Misa)?

El Papa Francisco dice que así como es lindo después de comulgar, pensar nuestra vida como una Misa prolongada en la que llevamos el fruto de la presencia del Señor al mundo de la familia, del trabajo…, así también nos hace bien pensar nuestra vida cotidiana como preparación para la Eucaristía, en la que el Señor toma todo lo nuestro y lo ofrece al Padre.

Esta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que Él me ha dado.

Todo le ha sido dado, todo ha sido puesto en sus manos: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra (Mt 28, 18). Sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos (Jn 13, 3). Nada ni nadie se perderá: Según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado (Jn 17, 2). El Padre que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre (Jn 10, 29).

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