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04/05/2023 Jueves 4º de Pascua (Jn 13, 16-20)

Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho.

Jesús enseña con gestos antes que con palabras. Lava los pies de los discípulos, demostrando así su renuncia a todo protagonismo y dominio, y apostando por el servicio humilde y gratuito.

Pero a pesar de la elocuencia de su gesto y de sus palabras, la enseñanza resulta difícil de asimilar para todo discípulo. Y Él lo sabe. Le había pedido paciencia a Pedro: Lo que yo hago no lo entiendes ahora, más tarde lo entenderás. ¿Cuándo lo entendemos? Cuando nos lo revela su Espíritu. Solamente entonces el servicio es fuente de dicha para nosotros y para los demás: Si lo sabéis y lo cumplís, seréis dichosos. Y eso, a pesar de la vulnerabilidad que acompaña a la condición del siervo. Es la misma vulnerabilidad que acompaña al amor; la misma vulnerabilidad que acompañó al Señor en su vida terrena y que acompaña a Dios en su vida eterna.

Lo que todos entendemos de inmediato del lavatorio de los pies es que se trata de una lección de humildad y de servicio: Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. La lección apunta hacia el amor al prójimo. Pero la lección va más lejos; mucho más lejos. Es la lección que encierran las palabras de Jesús a Pedro: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Ahora la lección apunta hacia el amor a Dios. Se trata de permitirle a Dios ser Dios. Se trata de aceptar gozosamente que el Señor se arrodille ante nosotros para lavarnos los pies. Solamente entonces estamos donde Él quiere; solamente entonces nuestra entrega a los demás será auténtica.

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