04/05/2023 Jueves 4º de Pascua (Jn 13, 16-20)
- Angel Santesteban
- 3 may 2023
- 2 Min. de lectura
Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho.
Jesús enseña con gestos antes que con palabras. Lava los pies de los discípulos, demostrando así su renuncia a todo protagonismo y dominio, y apostando por el servicio humilde y gratuito.
Pero a pesar de la elocuencia de su gesto y de sus palabras, la enseñanza resulta difícil de asimilar para todo discípulo. Y Él lo sabe. Le había pedido paciencia a Pedro: Lo que yo hago no lo entiendes ahora, más tarde lo entenderás. ¿Cuándo lo entendemos? Cuando nos lo revela su Espíritu. Solamente entonces el servicio es fuente de dicha para nosotros y para los demás: Si lo sabéis y lo cumplís, seréis dichosos. Y eso, a pesar de la vulnerabilidad que acompaña a la condición del siervo. Es la misma vulnerabilidad que acompaña al amor; la misma vulnerabilidad que acompañó al Señor en su vida terrena y que acompaña a Dios en su vida eterna.
Lo que todos entendemos de inmediato del lavatorio de los pies es que se trata de una lección de humildad y de servicio: Vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. La lección apunta hacia el amor al prójimo. Pero la lección va más lejos; mucho más lejos. Es la lección que encierran las palabras de Jesús a Pedro: Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo. Ahora la lección apunta hacia el amor a Dios. Se trata de permitirle a Dios ser Dios. Se trata de aceptar gozosamente que el Señor se arrodille ante nosotros para lavarnos los pies. Solamente entonces estamos donde Él quiere; solamente entonces nuestra entrega a los demás será auténtica.
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