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04/06/2021 Viernes 9 t.o. (Mc 12, 35-37)

¿Por qué dicen los letrados que el Mesías es hijo de David?...El mismo David le llama Señor; ¿cómo entonces puede ser hijo suyo?

Los judíos, comenzando por sus dirigentes, no se hacían preguntas. No las necesitaban. Todo eran certezas. No estaba bien visto cuestionar nada. Así es cómo fueron perdiendo vitalidad y acartonándose. ¿No puede suceder lo mismo entre nosotros a nivel personal o eclesial? Si no nos hacemos preguntas, si no cuestionamos nuestra vida, nos convertiremos, como decía el Papa Juan XXIII en museos de antigüedades, dignos de ser visitados, pero…museos.

A Jesús le gusta plantear cuestiones. Le gusta que también nosotros mismos nos las planteemos. El hallar o no respuestas correctas es cosa secundaria. A los seguidores de Jesús no nos está permitido vivir anclados en el pasado: El que ha puesto la mano en el arado y mira atrás no es apto para el reinado de Dios (Lc 9, 62). Así lo vivía San Pablo: Olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante (Flp 3, 13).

Jesús no acepta ser llamado hijo de David. En primer lugar, por ser superior a David. Pero, sobre todo, porque su reinado no guardará ningún parecido con aquel glorioso reinado cimentado en el poder militar, el nacionalismo, el clasismo.

Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que haga de tus enemigos estrado de tus pies. Jesús cita el salmo 110. Se había familiarizado desde niño con la Escritura. José y María fueron sus primeros maestros. La Palabra de Dios es la lámpara de sus pasos y la luz de su sendero (Salmo 119, 105). Le brota espontánea y sabe aplicarla a cualquier circunstancia que le toca vivir.

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