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04/08/2021 San Juan María Vianney (Mt 15, 21-28)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 3 ago 2021
  • 2 Min. de lectura

Saliendo de allí Jesús se retiró se retiró hacia la región de Tiro y Sidón.

Quizá decepcionado ante el rechazo de sus correligionarios. Le han echado en cara el poco respeto de los discípulos hacia sus tradiciones y se han escandalizado cuando Jesús les ha tratado de hipócritas. Necesita salir fuera de su país para respirar aires menos enrarecidos.

Una mujer cananea de la zona salió gritando: ¡Señor, hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija es atormentada por un demonio.

No es el momento más adecuado para el encuentro; de hecho, Jesús no le respondió palabra. No importa. Con la energía del amor de una madre, ella continúa importunando y gritando detrás de nosotros. Naturalmente, consigue lo que se propone. Como consiguió otra madre en Caná solamente con una sutil sugerencia. La fe y el amor hacen milagros y superan todas las barreras. Jesús no indaga en la vida de la mujer: ¿quizá madre soltera? No le importan las posibles carencias morales de la mujer. Lo que ve y oye le basta:

Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas.

Tras la desazón provocada por sus paisanos, Jesús se siete reconfortado ante la fe de esta pagana. Es uno de los momentos más gozosos de su vida. Sigue con la mirada a la mujer que corre de vuelta a su casa. Habría sido una verdadera pena que la mujer, dolida en su orgullo ante el desaire de Jesús, se hubiese vuelto a casa despechada. El amor por su hija no se lo permitió. Ahora corre hacia ella, no con la idea de comprobar si está realmente curada; sabe que lo está. Corre para abrazarla muy fuerte.

 
 
 

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