Pedro se volvió y vio al discípulo predilecto de Jesús… Viéndolo, Pedro pregunta a Jesús: Señor, y de éste, ¿qué?
Jesús ha encomendado a Pedro el cuidado de sus ovejas y le ha dicho: Sígueme. Los dos caminan juntos. Juan, el discípulo predilecto, les sigue a distancia. Podríamos pensar que, después de tantos tropiezos, Pedro ha madurado y se ha convertido en un discípulo modélico. Nada más lejos de la realidad. Y es algo consolador porque, como dice el refrán: mal de todos, consuelo de bobos.
Señor, y de éste, ¿qué? ¿Serán celos? ¿Será que Pedro piensa que la nueva responsabilidad recibida de Jesús le da derecho a inmiscuirse en la vida de los demás? La respuesta de Jesús es tajante: ¿Qué te importa? Tú, sígueme. No es la primera vez que Jesús responde a Pedro de forma destemplada. La tarea primera de Pedro es seguir a Jesús; nada debe distraerlo de esa tarea.
En el camino del discipulado por el que nos lleva a todos el Señor, siempre queda un largo trecho por recorrer. Siempre, como dijo Jesús a Natanael, nos aguardan cosas más grandes (Jn 1, 50). Nunca pensemos que ya hemos alcanzado la meta. Por ejemplo, todos, como Pedro, deberemos esforzarnos en dejar el control de todo en manos del Señor, especialmente cuando parece que somos nosotros los protagonistas. Es un proceso que requiere tiempo. Pedro ya ha aprendido algo. Lo demuestra en la respuesta de hace poco: Tú sabes que te quiero. Ha comenzado a pensar y hablar en segunda persona. Le va importando menos lo que él mismo pueda pensar o sentir. Cada día un poquito más, Pedro pone al Señor como único punto de referencia de su vida. Siempre nos queda camino por hacer.
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