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04/09/2021 Sábado 22 (Lc 6, 1-5)

Sucedió que, cruzando un sábado por unos sembrados, sus discípulos arrancaban espigas, las desgranaban con las manos y se las comían.

Es sábado, día semanal para el descanso. Jesús y sus discípulos lo aprovechan para disfrutar del buen tiempo, de los campos dorados, del buen rollo entre ellos. Nosotros nos pasearíamos comiendo pipas, ellos pasean comiendo granos tiernos de trigo. Saben disfrutar de la vida.

Algunos de los fariseos dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito en sábado?

Se han erigido en detectives de la ley y se dedican a espiar a la gente. Tanto que no son capaces de disfrutar de la propia vida, y logran agriar las vidas de los demás. Es lo que sucede cuando se coloca la ley en lo más alto del propio altar. Cosa absolutamente aborrecida por Jesús. Para Él, en lo más alto del altar debe estar la persona humana. El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc 2, 27).

Jesús relativiza las leyes. Quienes seguimos sus pasos debemos aprender a hacerlo. Hay, evidentemente, leyes civiles que llegan a legalizar delitos, y leyes que hacen delito de una obra buena. Algo parecido sucede con las leyes eclesiásticas cuando las absolutizamos y las ponemos por encima del bienestar del ser humano. También nosotros, como aquellos fariseos, hemos conseguido pervertir la ley.

El Hijo del Hombre es señor del sábado.

Su señorío está sobre todo señorío. Solamente a partir de Él cobran pleno significado todas las leyes: las antiguas y las modernas. Si seguimos los pasos del Señor de los señores, sabremos disfrutar de la vida. De lo contrario, viviremos cohibidos y, ni disfrutaremos de la vida, ni permitiremos que otros la disfruten.

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