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04/10/2021 San Francisco de Asís

Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.

Preguntan a Jesús qué hacer para salvarse, y Jesús responde con otra pregunta: ¿Qué está escrito en la ley? Todo se resume en amar a Dios y al prójimo. Los dos juntos. Si acaso, antes el prójimo, porque quien no ama al hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4, 20). El amar comienza con el acercamiento; aunque no sea de sentimiento, sí lo es de voluntad.

El maestro de la ley, queriendo justificarse, dijo a Jesús: Y ¿quién es mi prójimo?

Esta pregunta comienza a ser respondida correctamente cuando la formulo así: ¿De quién me hago prójimo? ¿A quién me acerco? Prójimos son aquellos a los que me acerco. El sacerdote y el levita de la parábola, tan correctos ellos con la liturgia del templo, no fueron prójimos del malherido.

Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión.

Un hombre, medio muerto, quedó arrojado en el camino. Por casualidad un sacerdote vio y miró, pero continuó su camino. Huía de la voz de Dios en aquel hombre. En cambio, un hombre que habitualmente huía de Dios, es quien oye la voz de Dios y se acerca. Es un samaritano, un pecador que no estaba acostumbrado a las prácticas religiosas (Papa Francisco).

Le dijo Jesús: Vete y haz tú lo mismo.

La piedad humana por delante de la piedad religiosa. Somos verdaderos seguidores de Jesús, somos cristianos auténticos, cuando los prójimos son la prioridad de nuestra vida; por delante incluso de nuestra devociones religiosas.

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