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04/11/2020 San Carlos Borromeo (Lc 14, 25-33)

Le seguía una gran multitud. Él se volvió y les dijo: Si alguien acude a mí y no me ama más que a su padre y su madre, a su mujer y sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo.

No se siente cómodo con la multitud que le sigue. Su salvación es para todos; el seguimiento para pocos. A muchos a quienes ha hecho favores, no les pide que le sigan; les deja continuar con sus vidas. De haberse sentido complacido con el seguimiento de tanta gente, habría dulcificado su discurso. Pero, no; sus exigencias son radicales. Exige el desprendimiento de lazos familiares, de bienes materiales y de la propia vida.

Pero, ¿es posible tal desprendimiento? ¿Es posible desprenderse de todo lo que amamos y poseemos? Tanto quien piensa construir una torre como quien piensa entablar batalla contra el enemigo, tienen que comenzar haciendo bien sus cálculos. Todo seguidor de Jesús, todo cristiano, debe reflexionar sobre sus posibilidades de éxito en su vocación. Y así, reflexionando, llegará a la conclusión de que el camino es confiar únicamente en el Señor. Confiando en nuestras fuerzas nunca lo conseguimos. Así nos lo avisó: Sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5). Así nos lo confirmó: ¡Ánimo! Yo he vencido al mundo (Jn 16, 33).

Jesús aparece rodeado de mucha gente. A Él no parece importarle tanto el número como la radicalidad y las convicciones hondas de quienes quieren seguirle. Aunque la cruz no tiene la palabra definitiva en el Evangelio, sino la plenitud de la vida en la mañana de Pascua, atraviesa páginas conflictivas que como Él y con Él hemos de atravesar (Papa Francisco).

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