Un hombre rico tenía un administrador. Le llegaron quejas de que estaba derrochando sus bienes.
La parábola del administrador astuto va dirigida a los discípulos: nosotros. La lección que Jesús quiere enseñarnos se encuentra en la frase que sigue a lo leído hoy y que será el comienzo del Evangelio de mañana: Ganaos amigos con el dinero injusto para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas (Lc 16, 9).
Un principio de la moral nos dice que el fin no justifica los medios. Es cierto. Pero cuando salimos de la órbita humana para entrar en la divina, vemos que Dios no hace suyo este principio. Porque para Dios, cuando se trata de salvar, el fin sí justifica los medios; no tiene reparo en recurrir a tácticas, humanamente hablando, poco honestas. Por ejemplo: Dios encerró a todos los hombres en la rebeldía para usar con todos ellos de misericordia (Rm 11, 32).
Otro ejemplo es el de la parábola de hoy. Ahora para las relaciones entre prójimos. Las malas artes del administrador son reprobadas cuando juegan en beneficio propio, pero son bendecidas cuando juegan en beneficio de los demás. Esas malas artes se convierten en buenas. Las malas artes de silenciar fallos ajenos, de callar la verdad para no herir, de olvidar derechos propios… Claro que, al final, todas estas malas buenas artes redundan en beneficio propio.
Jesús alaba la astucia del administrador. Ante una situación comprometida no ha bajado los brazos, no se ha resignado, sino que se ha puesto a pensar hasta encontrar la solución que le permite salir airoso de una muy difícil situación. Si hasta ahora su vida estaba al servicio del dinero, desde ahora el dinero estará al servicio de la vida.
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