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04/11/2024 San Carlos Borromeo (Lc 14, 12-14)

  • Foto del escritor: Angel Santesteban
    Angel Santesteban
  • 3 nov 2024
  • 2 Min. de lectura

Cuando des un banquete, invita a pobres, mancos, cojos y ciegos. Dichoso tú, porque ellos no pueden pagarte; pero te pagarán cuando resuciten los justos.

Está comiendo en casa de un fariseo pudiente, en compañía de otros del mismo gremio. Ellos son modelos de religiosidad ante el pueblo, pero están tan llenos  de sí mismos que Jesús no se siente incómodo. Son maestros en el arte del mercadeo de lo religioso, tanto con Dios como con los hombres. Es a ellos a quienes Jesús dirige estas palabras tan poco razonables; a ellos, y a quienes no nos gusta detenernos en ellas porque la gratuidad nos parece una quimera.

Y, sin embargo, estas palabras son un excelente trampolín para lanzarnos y sumergirnos en el océano de gratuidad que es el Dios-Amor; el que todo lo hace sin ánimo de ser correspondido. No es sencillo hacer que la vida entera gire toda ella en esta órbita de la gratuidad. Estamos todos imbuidos de la sabiduría popular contenida en refranes como éste: El que regala bien vende, si el que recibe lo entiende. No es sencillo comportarnos con todos como los padres se comportan con su niño, sin esperar nada a cambio. Tan egoísta es hacer algo para que me lo paguen aquí, como para que me lo paguen allí. El desinterés debiera ser la norma suprema de quienes seguimos a quien nos amó hasta el extremo. La gratuidad es la forma de ser de Dios.

Recordemos y hagamos nuestro el soneto de la gratuidad: No me mueve mi Dios para quererte, - el cielo que me tienes prometido… - - No me tienes que dar porque te quiera, - pues aunque lo que espero no esperara, - lo mismo que te quiero te quisiera.

 
 
 

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