05/03/2022 Sábado después de Ceniza (Lc 5, 27-32)
- Angel Santesteban
- 4 mar 2022
- 2 Min. de lectura
Al salir vio a un publicano llamado Leví, sentado en el despacho de impuestos, y le dijo: Sígueme. Él, dejándolo todo, se levantó y le siguió.
La omnipotencia y señorío del Dios de la creación están presentes aquí, en la vocación de Leví. Una sola palabra, y aquel hombre tan poco discipulable lo deja todo y sigue a Jesús. Jesús encuentra a Leví sentado en el despacho de los impuestos. Quién más, quién menos, todos nos fabricamos un despacho en el que nos apoltronamos: ¿el de la comodidad?, ¿el de la mediocridad? Como a Leví, tampoco a mí me reprocha nada. Solamente me mira y me dice: Sígueme. Me lo dice con especial intensidad al comienzo de esta Cuaresma.
No necesitan médico los sanos, sino los enfermos.
Leví se levanta y deja su despacho. El cambio de vida es radical. Lo celebra con un banquete en su casa. Jesús, que ocupa el puesto principal, disfruta de la compañía de muchos pecadores. Quienes no participan en el banquete son los que se creen sanos. Murmuran porque Jesús se mezcla con gente poco recomendable. Están escandalizados.
En verdad, así es. Es algo magníficamente escandaloso. Yo, pecador, sentado a la mesa del Señor, envuelto en el manto de gala de la gratuidad.
En verdad, sus maneras no son las nuestras. Lo nuestro es el interés y el provecho propio. Lo suyo es la misericordia y el perdón. La justicia de Dios es la misericordia. Misericordia que se concede a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo. La cruz de Cristo es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque nos ofrece la certeza del amor y de la vida nueva (Papa Francisco).
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