Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto.
¿Por qué Jesús concedió el privilegio de presenciar su transfiguración a tres discípulos olvidándose de los otros nueve? Esto mismo se preguntaba santa Teresita: Durante mucho tiempo me he preguntado por qué tenía Dios preferencias, por qué no recibían todas las almas las gracias en igual medida. Me extrañaba verle prodigar favores extraordinarios a los santos que le habían ofendido, como san Pablo o san Agustín, a los que forzaba, por así decirlo, a recibir sus gracias… A san Pablo, lo único que se le ocurre decir es que los designios y caminos de Dios son insondables e inescrutables (Rm 11, 33).
Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.
¡Qué distinta la imagen del Jesús transfigurado de este domingo, al Jesús de las tentaciones del domingo pasado! Hoy le contemplamos en todo su esplendor, llevando a su plenitud tanto la ley como los profetas: En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Los dos máximos representantes del Antiguo Testamento, testigos de las palabras de Dios desde la nube, nos invitan a buscar y encontrar y escuchar a Jesús, Palabra del Padre, en las Escrituras: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle.
A aquellos tres discípulos, en lo alto de la montaña, se les dan dos claves de gran ayuda a la hora de seguir a Jesús en el camino de la cruz. La primera, escuchadle; la segunda, no tengáis miedo. Las dos claves son válidas para nosotros también.
El Papa Francisco nos dice que la Transfiguración del Señor nos recuerda que estamos llamados a vivir el encuentro con Cristo, para que iluminados por su luz, podamos llevarla y hacerla brillar en todas partes, como pequeñas lámparas del Evangelio que llevan un poco de amor y de esperanza.
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