Guardaos de hacer las obras buenas en público solamente para que los vean; de lo contrario no os recompensará vuestro Padre del cielo.
Es Miércoles de Ceniza y comenzamos la Cuaresma. En el Evangelio de este día Jesús nos invita a vivir orientados a lo interior, donde mora Dios-Trinidad: Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él (Jn 14, 23). Desde esa vivencia interior sabremos vivir mejor la exterior; sabremos vivir orientados hacia los demás de forma desinteresada y anónima: Que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha.
Cuaresma es tiempo de gracia y de conversión. Es tiempo de poner a Jesús, con una más determinada determinación, en el centro de la vida poniendo los ojos solo en Él. La ceniza que se nos impone hoy en la cabeza nos recuerda, como dice el Papa Francisco, que la mundanidad es como el polvo que un poco de viento puede llevársela. No estamos en este mundo para perseguir viento. La Cuaresma es un tiempo que el Señor nos da para volver a la vida, para curarnos interiormente y caminar hacia la Pascua.
Recibamos la ceniza con pena y con gozo. Con pena, al reconocernos tan poco consecuentes con ese amor de Dios llevado hasta el extremo de la cruz por Jesús, el hijo de María. Con gozo, al reconocer que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (Rm 5, 20), y que mejor una vida de pecado con Jesús que una vida sin pecado y sin Jesús.
En el momento de recibir la Ceniza escuchamos estas palabras: Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15). Son palabras de Jesús que nos invitan a hacer del Evangelio nuestro alimento diario cuaresmal. Así es cómo el Espíritu de Jesús pasa a vivificar y ocupar el centro de nuestra vida.
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