Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae.
Son palabras desconcertantes para quien, nacido en ambientes cristianos, vive una fe más social que personal. El desconcierto comienza a desvanecerse cuando se cae en la cuenta de la necesidad de algo más que las tradiciones populares o los esfuerzos personales; cuando comenzamos a ser cautivado por Él, y comprendemos que, sin Él, no podemos hacer nada.
Son palabras desconcertantes para quien no se siente misteriosamente atraído por el Dios hecho hombre en el seno de una mujer, Jesús de Nazaret. Para quien no siente la necesidad de ir más allá de lo establecido por la santa Iglesia. Para quien vive enjaulado en épocas pasadas y no ha sabido reaccionar ante las nuevas necesidades y los nuevos tiempos.
En el cristianismo social no se da el verdadero seguimiento de Jesús. Porque seguir a Jesús no es cosa que se hereda; es cosa que viene del Padre. Es Él quien provee a Jesús de un grupo minoritario de seguidores que están encantados con Él. Así fue en aquellos tiempos en que Él vivió, y así sigue siendo en nuestros días.
Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios.
Por ahora, somos unos pocos. Pero todos serán. Jesús cita al profeta Isaías, que dice textualmente: Todos tus hijos serán discípulos del Señor (Is 54, 13). Jeremías lo dice de esta manera: Ya no tendrán que enseñarse unos a otros mutuamente diciendo: Tienes que conocer al Señor, porque todos, grandes y pequeños, me conocerán pues yo perdono sus culpas y olvido sus pecados (Jr 31, 34).
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