No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios, creed también en mí.
Estamos en la sobremesa de la última cena. Jesús, olvidándose de su propio y oscuro porvenir, se dedica a consolar a los suyos: No se turbe vuestro corazón. Creéis en dios, creed también en mí. Porque en la casa de mi Padre hay muchas estancias. Es decir, en la casa de mi Padre hay sitio para todos. Así que tranquilos; muy tranquilos. Que nadie está excluido de la salvación. Él no ha venido al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3, 17). Y Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad (1 Tim 2, 4). Y lo que Dios quiere, lo consigue. Porque es Él quien produce en nosotros el deseo y su ejecución (Flp 2, 13). Si Dios está detrás de tal diversidad de criaturas, también está detrás de tan variados temperamentos y culturas y religiones humanas. Todo y todos fuimos creados por Él y para Él (Col 1, 16).
Los jefes judíos pensaban que en la casa de Dios habría una única estancia reservada al pueblo judío. Jesús, cuando se mueve dentro y fuera de su tierra, pone de manifiesto que en la casa del Padre hay muchas estancias; cabemos todos. Si es necesario, obligará a entrar a los reacios (Lc 14, 23).
No se turbe vuestro corazón. Pero, ¿es posible vivir libre de todo miedo, miedo razonable o miedo irracional? Es posible. Es cuestión de fe. Es cuestión de, como Pedro, arrojarse al agua, confiando en Él (Mt 14, 29). Aunque nos hundamos. Él acabará tomándonos de la mano y haciendo que caminemos tranquilos sobre las olas de la vida.
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