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05/07/2021 Lunes 14 (Mt 9, 18-26)

Así les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postraba ante Él diciendo: Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá.

En el pasaje paralelo de Marcos que leíamos hace unos días (27 de junio), Jairo acude a Jesús cuando su hija está a punto de morir. El Jairo de Mateo tiene una fe más fuerte que el de Marcos. Porque se necesita mucha fe para creer que Jesús podrá devolver la vida a la niña. Quienes se han reuniendo en casa de Jairo y han comenzado los rituales del duelo se reían de Él. No se ríen de Jairo porque comprenden su desvarío en circunstancia tan dramática; se ríen de Jesús porque les dice que la niña no está muerta, sino dormida.

El Evangelio de hoy, por medio del padre de la niña muerta y de la mujer que sufre hemorragias, nos habla del milagro de la fe. La fe que lleva al creyente más allá de lo humanamente razonable y posible, la fe que abre horizontes insospechados, la fe que sana, la fe que libera, la fe que resucita. Cuando parece que ya no hay otra cosa que hacer sino callar y resignarse, la fe ni calla ni se resigna.

Entró Él, cogió a la niña de la mano y ella se puso en pie.

Contemplamos a Jesús siguiendo a Jairo y entrando en su casa y cogiendo de la mano a la niña. ¡Todo tan sencillo! Alguien escribe: No es con lo extraordinario, sino con lo ordinario de cada día, con lo sencillo, como se le planta cara eficazmente al mal. Cuando el mal parece rugir con todas sus fuerzas, entonces Dios se hace pequeño en Belén.

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