05/10/2025 Domingo 27 (Lc 17, 5-10)
- Angel Santesteban

- 4 oct
- 2 Min. de lectura
Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe.
Otro día fue un padre de familia quien, habiendo acudido a Jesús con su hijo epiléptico, le había suplicado: Creo, ayuda a mi poca fe (Mc 9, 24). Pero, ¿qué es la fe para un seguidor de Jesús, para un cristiano? Él mismo nos lo dice: la fe consiste en creer en el enviado de Dios (Jn 6, 29). Nosotros no creemos en cosas, en verdades abstractas; nosotros creemos en la persona de carne y hueso que es Jesús de Nazaret. Jesús quiere en nosotros la fe antes que la santidad. La fe, la confianza absoluta, lo es todo para nosotros.
El gran maestro Juan de la Cruz dice: Pon los ojos solo en Él. Y no nos preocupemos de nada más, porque con los ojos fijos en Él, Él mismo se encargará de dirigir nuestros ojos a las personas o aconteceres que requieran nuestra atención.
Esta fe no siempre será brillante. Como la salud corporal, puede resplandecer hoy y mañana no. Los grandes amigos de Dios son expertos en fe oscura. Santa Teresita escribe algo tan dramático como esto: Cuando canto la felicidad del cielo y la eterna posesión de Dios, no experimento la menor alegría, pues canto simplemente lo que quiero creer. Por eso que la persona creyente es humilde y no mira por encima del hombro a los no creyentes.
A la petición de los apóstoles Jesús responde: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a esa morera: Arráncate de raíz y plántate en el mar, y os obedecería.
El Papa Francisco comenta: La fe comparable al grano de mostaza es una fe que no es orgullosa ni segura de sí misma. Es una fe que, en su humildad, siente una gran necesidad de Dios y, en la pequeñez, se abandona con plena confianza a Él. Es la fe la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos.
Comentarios