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05/11/2020 Jueves 31 (Lc 15, 1-10)

Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírle. Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: Éste acoge a los pecadores y come con ellos. Entonces les dijo esta parábola:

No les dice una parábola, sino tres: oveja perdida, moneda perdida e hijo perdido. Las dirige a fariseos y escribas, lo más selecto de aquella sociedad. La escuchan publicanos y pecadores, la escoria de la sociedad.

Éste acoge a los pecadores y come con ellos. Es que Jesús acoge a todos. No excluye a nadie. Morirá con los brazos abiertos abrazando a toda la humanidad: Pacificó, mediante la sangre de su cruz, los seres de la tierra y de los cielos (Col 1, 20). El fariseo no acoge a todos. Excluye a quien no es o no piensa como él. Toda persona sensata acepta que sus actitudes hacia algunas personas tienen frecuentemente algo de fariseas.

Tanto el pastor que busca incansable la oveja perdida hasta encontrarla, como la mujer que barre todos los rincones de la casa hasta encontrar la moneda perdida, nos muestran la actitud de Dios hacia todos sus hijos, malos y buenos. Nos muestran también cómo debemos actuar nosotros, con corazón y brazos abiertos a todos, también hacia los más despreciables.

El Papa Francisco se imagina a Dios con delantal puesto y escoba en mano, barre que te barre sin parar toda la casa hasta encontrar la moneda perdida. Aunque a menudo erremos el camino y no estemos nunca a la altura de la misericordia de Dios, Él no para hasta encontrarnos y ofrecernos nuevas oportunidades. Se le va el corazón como a un buen pastor por las ovejas que se descarrían.

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