Yo os digo: Haceos amigos con el dinero injusto para que, cuando llegue a faltar, os reciban en las eternas moradas.
Después de la parábola del administrador astuto, Jesús continúa adoctrinando a los discípulos sobre el buen uso del dinero; dinero que es calificado como injusto. ¿Por qué? Porque pretende que el hombre confíe en él por encima de todo. Porque se opone frontalmente al mandamiento divino: Al Señor tu Dios adorarás, y solo a Él darás culto (Mt 4, 10).
El que es fiel en lo insignificante, también lo es en lo importante; y el que es injusto en lo insignificante, también lo es en lo importante.
Entre las riquezas del hombre, las hay insignificantes, y las hay importantes. Insignificante es el dinero; importante es la vida. Quien sabe gestionar el dinero, sabe gestionar la vida; quien no sabe gestionar el dinero, no sabe gestionar la vida. Sucede a muchos como a esas mariposillas nocturnas que revolotean en torno a la llama de una candela; acaban con las alas chamuscadas y ya no pueden volar.
Jesús nos pone alerta: ¡Cuidado con ser seducidos por el brillo del dinero! No es fácil mantener una relación correcta con el poderoso caballero. En ausencia de momentos de reflexión y de oración, el dinero se situará fácilmente entre Dios y yo, entre yo y mis prójimos. No basta con ser hombres y mujeres de iglesia; los fariseos lo eran, pero eran también amigos del dinero.
No es posible conciliar el Evangelio de Jesús con el evangelio del dinero. ¡Qué difícil que un rico entre en el Reino! (Lc 18, 24). Es tan fuerte la tiranía del dinero que ni las palabras de un muerto resucitado liberarán a quien ha caído bajo su hechizo (Lc 16, 31).
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