En el año quince del imperio de Tiberio César…, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
El Evangelista Lucas pone más énfasis que sus colegas sinópticos en lo de la universalidad. Aquí, con profusión de nombres ilustres, nos está diciendo que la historia de la salvación es el alma de la historia profana. La historia de la salvación va de la mano con la historia profana y con la historia personal.
Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor.
¿Cómo preparar el camino del Señor? Rellenando barrancos y rebajando montes. Estamos llamados a rellenar los valles causados por la frialdad y la indiferencia, abriéndonos a los demás con los mismos sentimientos de Jesús. Después es necesario rebajar tantas asperezas causadas por el orgullo (Papa Francisco). Estamos llamados a rellenar las simas de tantos miedos y servidumbres con la fe hecha oración; miedos y servidumbres que impiden acoger a un Dios que quiere relacionarse con nosotros como amigo. Estamos llamados a rebajar la autosuficiencia que imposibilita deleitarse en el esplendor de la gloria de Dios puesto de manifiesto en el hijo de María.
Y todos verán la salvación de Dios.
También Mateo y Marcos recurren a la misma cita del profeta Isaías; pero olvidan estas palabras finales. De nuevo la universalidad; ahora la universalidad de la salvación. La había anunciado el ángel a los pastores de Belén: No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo (Lc 2, 10). La proclamará Pablo con tanto entusiasmo: Con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno murieron todos, ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos! (Rm 5, 15).
Con la oración, aplicamos a los ojos interiores el maravilloso colirio de la fe. Así es cómo podemos verlo todo de manera lúcida, tal como lo ve el Señor. Todos verán la salvación de Dios.
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