Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén.
La Epifanía del Señor. Es un término griego que podría traducirse con palabras como presentación, manifestación, revelación… ¿De qué? De la universalidad de la salvación que Jesús, Hijo de Dios y de María, trae al mundo. Los magos o sabios de Oriente nos representan. Los sabios de Oriente son un inicio, representan a la humanidad cuando emprende el camino hacia Cristo, inaugurando una procesión que recorre toda la historia (Papa Benedicto). Son la avanzadilla de lo que tanto repiten las Escrituras. Por ejemplo:
- Todas las naciones que has hecho se postrarán anti ti, Señor (Salmo 86, 9 y Apo 15, 4).
- Ante mí se doblará toda rodilla (Is 45, 23 y Flp 2, 10).
Vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.
Como los magos o sabios del Oriente, los creyentes tenemos una estrella: la fe. El viaje, la vida, es una gozada cuando la estrella brilla. El problema llega cuando la estrella se apaga. Entonces, como los sabios del Oriente, recurrimos a quien nos puede orientar. Lo encontramos en la amistad del alma, o en un buen guía espiritual. El recurso a la institución eclesial corre peligro de dejarnos defraudados; la institución puede darnos respuestas, pero no alicientes. Los sacerdotes y escribas de Jerusalén respondieron correctamente a los magos, pero no dieron un paso hacia Belén.
Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y postrándose, le adoraron.
A pesar de no encontrar al rey de los judíos como lo habían imaginado, se postraron, le adoraron y le ofrecieron lo mejor que tenían. Y después del encuentro, volvieron a su país por otro camino.
Los creyentes comenzamos nuestra andadura siguiendo a la estrella por caminos bien trillados. Después del encuentro con el niño de María, en circunstancias distintas a las imaginadas, tomamos otros caminos menos trillados. No le buscaremos entre los grandes, sino entre los pequeños.
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