06/02/2022 Domingo quinto (Lc 5, 1-11)
- Angel Santesteban
- 5 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Estaba Él a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba para oír la palabra de Dios.
Los protagonistas de este Evangelio son Jesús y Pedro. Después de la penosa experiencia en la sinagoga de Nazaret, Jesús disfruta de un día magnífico: una brillante mañana, la hermosura del lago, las ganas de la gente por escucharle… Pedro, que ha pasado la noche tratando inútilmente de pescar algo, no está para disfrutes. Pero este día va a marcar un antes y un después en su vida. Jesús se permite molestarle: Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra. Y desde esa barca enseñaba a la muchedumbre. No sabemos lo que predica. Sí sabemos que la gente tenía sed de sus palabras. No eran tremendistas como las del Bautista, ni áridas como las de los fariseos. Hablaba sobre el Dios-Abbá.
Pedro está cansado y no presta atención. Cuando Jesús acaba de hablar, le dice: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar. Y Pedro, en contra de todo sentido común, obedece.
El camino de Pedro es el camino de todo creyente. En Pedro, como en todos nosotros, se mueven energías indisciplinadas. Pedro es generoso e impetuoso, sincero y testarudo, aplicado y torpe. Le costará disgustos y lágrimas entender y aceptar al verdadero Jesús, el Crucificado.
Pedro, aturdido ante la gran cantidad de peces, cae a las rodillas de Jesús y le dice: Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador. El Papa Francisco comenta: Jesús es el Señor, es la manifestación de Dios, y por ello Simón Pedro piensa que debe haber una distancia entre el pecador y el santo.
El primer momento del camino de Pedro está marcado por la penosa experiencia de su indignidad ante la grandeza de Jesús. Cree que hay que guardar distancias. Más adelante Jesús le obligará a borrar esas distancias y dejar que el Señor le lave los pies, y así entrar en una relación de afectiva familiaridad con Él.
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