Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Así habla quien fue testigo de la suprema manifestación de la gloria o amor de Dios a los pies de la cruz de Jesús. Con razón dice Juan, el discípulo amado, al principio de su Evangelio: Nosotros hemos contemplado su gloria (Jn 1, 14). Jesús no hace sino lo que ha visto hacer a su Padre: tanto amó al mundo que entregó a su Hijo único (Jn 3, 16). Dios ama así: hasta el extremo. Y da la vida por cada uno de nosotros, y se enorgullece de ello, y lo quiere así porque Él es amor (Papa Francisco).
Vida y muerte de Jesús son la mayor demostración del amor de Dios. Pero esto es un secreto que, a la mayoría de hijos e hijas de Dios, será revelado al final. Entretanto, la norma es el amor. Para todos; especialmente para quienes seguimos sus pasos: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Jn 13, 34).
Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Pedro ama mucho a Jesús pero no ha entendido el amor. Cree que es él quien debe lavar los pies de Jesús. No entiende que la cosa consiste en dejar a Dios ser Dios: Cuando Jesús quiere reservarse para sí la felicidad de dar, no sería educado negarse (Sta. Teresita).
Os he dado ejemplo para que hagáis lo mismo que yo he hecho.
Quienes seguimos a Jesús estamos llamados a ser una comunidad de amigos y servidores que nos lavamos los pies unos a otros. Quienes seguimos a Jesús estamos llamados a hacer nuestro descubrimiento personal del amor. Como lo hizo santa Teresita al final de su vida meditando las palabras de Jesús. Hasta entonces ella se había dedicado a amar a Dios. A partir de su descubrimiento se dedicará a amar a los prójimos. Así debe ser, porque en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros (Jn 13, 35).
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