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06/05/2023 Sábado 4º de Pascua (Jn 14, 7-14)

Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí.

Felipe cree ser un discípulo entusiasta; lo es. Cree también conocer bien a Jesús; no es cierto. La cascada de preguntas le abren los ojos a su ignorancia y le van a estimular a empeñarse en conocer mejor a Jesús. ¡Qué importantes las preguntas en la vida del cristiano! ¡Qué calamitoso no hacerse preguntas porque ya tenemos todas las respuestas! Le fe en Jesús, como la vida, es algo dinámico, siempre en proceso de crecimiento.

Claro que a Felipe, como a tantos fervorosos cristianos, le cuesta aceptar que sea tan sencillo ver al Todopoderoso en el hombre de carne y hueso que tiene ante los ojos. Somos muchos los Felipes que pensamos que Dios no puede ser tan fácilmente asequible. Nos cuesta abandonar la idea de un Dios lejano, abstracto, inalcanzable. Nos cuesta aceptar que cuando vemos a Jesús en las páginas de los Evangelios, estamos viendo al Padre.

Quien me ha visto a mí, ha visto al padre.

Para ver al Padre, hay que ver a Jesús. Hay que mirarle. Que los ojos no se desvíen. San Pablo pedía a su discípulo Timoteo no perder la memoria de Jesús: Acuérdate de Jesucristo (2 Tim 2, 8). Santa Teresa escribe: Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen. Y el Papa Francisco: Es importante no consentir que se desvanezca el rostro de Aquel que está en la raíz del propio itinerario, o que se confunda la voz que ha dado origen al propio camino.

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