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06/08/2022 Transfiguración del Señor (Lc 9, 28b-36)

Jesús tomó consigo a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a orar.

Sube con solo tres. Serán testigos de algo tan increíble que no contarán a nadie lo presenciado y escuchado hasta después de la resurrección. Jesús, previendo el tremendo escándalo que supondrá la muerte en la cruz, quiere darles un anticipo de su verdadera identidad. ¿No podemos decir también nosotros que, en algunos momentos puntuales de la vida, también a nosotros se nos ha dado ver destellos de su gloria?

Y mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó y sus vestidos eran de una blancura fulgurante.

Esta manifestación de su gloria tiene lugar después del primer anuncio de la pasión. Anuncio que concluye con estas palabras: Quien quiera seguirme ha de cargar con su cruz cada día (Lc 9, 23). Los seguidores de Jesús, quienes presenciaron la transfiguración y quienes creemos en el Resucitado, conocemos bien la gloriosa meta final; conocemos también el penoso camino hacia esa meta. Por eso dijo Él que quien pierda su vida por mí, la encontrará (Mt 16, 25).

Éste es mi Hijo elegido. Escuchadle.

Es lo más central de la transfiguración. Lo más central de la vida de la Iglesia y del cristiano. Por eso los cuatro libritos de los Evangelios son el punto de referencia de todo lo cristiano. Cuando así no es, la persona y el mensaje de Jesús se desvirtúan. Sepamos ponernos a la escucha atenta y orante de Jesús, buscando momentos de oración que permiten la acogida dócil y alegre de la Palabra de Dios. Estamos llamados a redescubrir el silencio pacificador y regenerador de la meditación del Evangelio que conduce hacia una meta rica de belleza, de esplendor y de alegría (Papa Francisco).

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