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06/09/2021 Lunes 23 (Lc 6, 6-11)

Otro sábado entro Jesús en la sinagoga y se puso a enseñar. Había allí un hombre que tenía la mano derecha seca.

De nuevo en sábado y, de nuevo, en la sinagoga. Es decir, un tiempo y un espacio sagrados. Pero, según escuchamos a Jesús y según le vemos actuar, la distinción entre sagrado y profano significa poca cosa para Él. Lo verdaderamente sagrado para Él, es la persona humana. En este caso, el hombre de la mano seca. Se diría que también la capacidad de iniciativa la tiene seca. Es una persona amorfa. Sostenido por la rutina de la vida. Resignado a su invalidez. Quizá sintiéndose cómodo con ella, como algunas personas que presumen de sus enfermedades. Ni siquiera se le ocurre, una vez sanado, levantar la voz y los brazos alabando y dando gracias a Dios.

A los escribas y fariseos les parece normal separar la gloria de Dios del bien del hombre; lo importante es el cumplimiento escrupuloso de la ley. Por eso estaban al acecho por si curaba en sábado para encontrar algo de qué acusarle. Con razón ven en Jesús un elemento revolucionario que amenaza el prestigioso trono del ego fariseo.

Él, conociendo sus pensamientos, dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate y ponte ahí en medio.

En medio. En el centro: de la sinagoga, de la Iglesia, del culto, de la creación. No nos preocupemos tanto por cumplir o no cumplir un precepto; preocupémonos por hacer el bien o dejarlo de hacer, por salvar una vida en vez de destruirla. Nuestro ego prefiere cumplir normas antes que cumplir el mandamiento del amor. Amando damos muerte al ego.

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