Por aquellos días, subió a una montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios.
Ha decidido elegir entre quienes le siguen, a doce que sean sus más inmediatos colaboradores. Ante una decisión tan importante, siente que debe intensificar su sintonía con Abbá. Por eso resuelve pasar la noche entera en oración.
La oración es fundamental en su vida; también en los días más ordinarios. De hecho, su rutina diaria comenzaba por retirarse temprano a un lugar solitario: Al hacerse de día salió y se fue a un lugar solitario (Lc 4, 42). Todos los que nos decimos seguidores suyos, debemos seguir sus pasos también en esto de la oración. Sin oración, la relación con Él languidece, y en las relaciones con los demás ocupa cada vez más espacio el propio ego.
Para Teresa de Ávila, orar no es sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. Si de verdad le queremos, buscaremos con ahínco esos momentos a solas con Él. ¿Y si no le queremos tanto? Entonces le daremos nuestro tiempo con generosidad, aunque nos aburramos. Él se encargará de aumentar el amor.
Cuando se hizo de día, llamó a los discípulos, eligió entre ellos a doce y los llamó apóstoles.
La noche entera en oración no garantizó una buena elección según criterios humanos. Los elegidos no fueron modelos de competencia o de fidelidad. Lo mismo sucede con los elegidos de ahora, los creyentes. Lo nuestro, como los de aquellos doce, consiste en estar con Él y escucharle. Estando con Él y escuchándole, vamos haciéndonos semejantes a Él en el vivir y en el pensar. Vamos deshaciéndonos de ambiciones y egos. Siempre poco a poco. Él es siempre paciente: ¡Qué lentos sois para comprender!
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