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06/10/2020 Martes 27 (Lc 10, 38-42)

Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.

Betania está muy cerca de Jerusalén. A Jesús le gusta alojarse en casa de Marta porque, como dice El Evangelista Juan, Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro (Jn 11, 5). La hermana de Marta es María. Las dos están encantadas con la visita de Jesús. Marta sirve; María se sienta a los pies de Jesús para escucharle. Lázaro permanece en la sombra. ¿Quizá era inválido?

Jesús se encuentra cómodo en toda persona en que cohabitan las dos actitudes representadas por las dos hermanas: la escucha, y el servicio. Primero, la escucha. De lo contrario el servicio se convierte en instrumento de dominio, en fuente de nerviosismo, en excusa de victimismo.

Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola.

El espíritu de oración restituye el tiempo a Dios, sale de la obsesión de una vida a la que siempre le falta tiempo, vuelve a encontrar la paz de las cosas necesarias y descubre la alegría de los dones inesperados. Un día Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, siendo importante, no lo es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cuestión verdaderamente esencial, la parte mejor del tiempo (Papa Francisco).

El estar sentado a los pies de Jesús, como María, me lleva inevitablemente al compromiso y al servicio. De no ser así, lo que pienso que es oración, no lo es. El dedicar la vida al servicio, sin dar tiempo a la escucha atenta de la Palabra de Dios, me lleva a servir sin gratuidad y sin verdadero sentido.

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