Pedid y se os dará…
Ayer leíamos este Evangelio, pero en la versión de Mateo (7, 7-11). A reseñar dos diferencias. La primera, que donde Mateo dice que el Padre del cielo dará cosas buenas a los que se las pidan, Lucas dice que el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes lo pidan. Para Lucas, la cosa buena por excelencia es el Espíritu Santo. Es Él quien pone al orante en perfecta sintonía con Abbá: Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Rm 5, 5).
La segunda diferencia es la parábola del amigo importuno; la encontramos solamente en Lucas: Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo…
Con este ejemplo, junto con el del padre que da todo lo que tiene a su hijo, Jesús trata de convencernos de que, independientemente de merecimientos o desmerecimientos, Dios nos lo da todo. Si nosotros mismos, siendo ruines y egoístas, somos capaces de hacer cosas buenas movidos por el instinto o por la impertinencia de los demás, ¡con cuánta más razón el Padre del cielo!
¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente?
Nos encanta aplicar a Dios los más grandiosos calificativos. Destacamos en Él, por ejemplo, su omnipotencia. Y nos parece poco menos que blasfemo el atribuir a Dios algo tan pobre y humano como la debilidad. Y, sin embargo, es así. Porque Dios es amor. Y el amor hace débil al amante. Nosotros somos la debilidad de Dios. Siendo frágiles e inútiles como niños pequeños, somos fuertes gracias a esa fuerza del amor de Dios que se desvive por nosotros y nos ama hasta el extremo.
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