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06/12/2020 Domingo 2º de Adviento (Mc 1, 1-8)

Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios.

Tan sencillo y tan sublime. Tan breve y tan inconcebible. Jesús, el bebé de María, ¡Hijo de Dios! Así comienza el libro de Marcos. Así comienza todo. Porque todo fue creado por Él y para Él (Col 1, 16).

Creer que el bebé de María es el Hijo de Dios es un milagro; y un gran privilegio. Es cosa del Espíritu, el único que da testimonio del Padre y del Hijo. Creer esto hace que toda otra propuesta de fe, por irracional que parezca, sea asumida con naturalidad.

El nacimiento del bebé de María, Hijo de Dios, abre para todo ser humano un futuro de vida plena. Para el creyente abre un presente que es anticipo de esa plenitud. Las catástrofes, las desgracias, las pandemias, las enfermedades, los pecados…, no son lo definitivo en la historia personal o universal. La última palabra de la historia personal y universal la tiene el amor misericordioso de Dios hecho hombre en el bebé de María. El Todomisericordioso está al principio y al final de todo. También en medio. Porque Él viene para que tengamos vida en plenitud (Jn 10, 10).

Comienzo del Evangelio de Jesús, el Cristo, Hijo de Dios.

En esto consiste la más profunda y la más verdadera conversión: en creer de corazón que el bebé de María es el Hijo de Dios. La conversión predicada por el Bautista no es falsa, pero se queda muy corta; le falta plenitud. Porque es el bebé de María quien nos libera de la culpa, del miedo, de todo lo que nos oprime y domina.

El Papa Francisco nos dice que esta liberación se pone de manifiesto en la alegría y la acogida como talante vital, frente al pesimismo, el miedo y la hostilidad hacia quienes son diferentes. Se pone de manifiesto, sobre todo, en aventurarnos en el riesgo de la confianza del amor incondicional de Dios.

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