06/12/2025 Sábado 1º de Adviento (Mt 9, 35 - 10, 1; 5-8)
- Angel Santesteban

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Viendo a la multitud, se conmovió por ellos, porque andaban maltrechos y postrados, como ovejas sin pastor.
Es la impresión que tenemos también nosotros ante tantos hombres y mujeres de la sociedad del bienestar. Hombres y mujeres aparentosos por fuera y vacíos por dentro. Hombres y mujeres preocupados por la salud del planeta y de los animales, pero olvidados del bienestar humano. Para aliviar tanto desamparo, Jesús elige un pequeño grupo de colaboradores: discípulos se llamaban entonces, creyentes nos llamamos ahora.
Llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos, para expulsarlos, y para sanar toda enfermedad y dolencia.
Los privilegiados con el don de la fe, somos enviados por el Señor a llevar luz y sosiego donde hay oscuridad y frivolidad. La sociedad no espera de nosotros lecciones de conducta. Eso era cosa del Antiguo Testamento. Ahora, en el Nuevo Testamento, la cosa no consiste en proclamar cómo comportarnos con Dios, sino en proclamar cómo se comporta Dios con nosotros. Lo hacemos con la vida mejor que con las palabras. Para eso vivimos cualquier situación, comenzando por las más desalentadoras, a la luz de la fe: fe en un Dios que nos ama y nos está llevando hacia la mejor de las metas. Por eso que la negatividad o el pesimismo no tienen cabida en la vida del creyente.
El evangelio de hoy comienza así: Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Noticia del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.
Lo suyo no fue una predicación tremendista, a lo Juan Bautista. Lo suyo fue tranquilizar e infundir esperanza. Lo suyo no fue condenar, sino sanar. Es lo que nos pide hoy a quienes le seguimos.
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