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07/01/2022 Viernes del tiempo de Navidad (Mt 4, 12-17; 23-25)

Al enterarse de que Juan había sido arrestado, Jesús se retiró a Galilea.

Se apaga la voz que fue el Bautista y se enciende la Palabra que es Jesús. Desaparece la triste aridez de Judea y aparece el glorioso verdor de Galilea. Galilea de los gentiles, porque allí convivían judíos y paganos. Es un discreto anticipo de la universalidad de la salvación de Jesús.

Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: Convertíos, porque está cerca el Reino de los Cielos.

También el Bautista predicaba la conversión. Pero la de Jesús es más profunda. No se trata tanto de mejorar conductas, sino de descubrir a ese Dios que nos quiere hasta el extremo y está encarnado en Él. No es tanto cosa de negaciones y renuncias, sino de gozos y alegrías: de disfrutar de vida en abundancia. Y esto, buscando adquirir su estilo de pensar y de vivir, mirando las cosas y las personas como Él las mira, y confiando en el Padre como Él confía. En esto consiste la conversión; en esto consiste la fe cristiana.

Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas, proclamando la Buena Noticia del reino y sanando entre el pueblo toda clase de enfermedades y dolencias.

El Evangelista resume en una frase lo que Jesús hacía durante los breves años de su vida pública: anunciar la Buena Noticia y sanar a la gente. Eso mismo estamos llamados a hacer los creyentes. El Evangelio es buena, incomparable, inmejorable noticia ya que sana e infunde abundancia de vida. Quienes hemos sido tocados por el Evangelio nos debemos, como Él, a nuestro mundo. Vivimos en una sociedad multicultural que, ahora más que nunca, necesita de los creyentes para transmitir la Buena Noticia a todos (Papa Francisco).

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